Fiesta de Cristo Rey
La fiesta de Cristo Rey.
En un antiguo reino, sin previo aviso, se le ocurrió a un rey salir de su palacio y visitar a sus súbditos. Y, para que el pueblo se mostrase tal y cual era, el rey apareció montado en un caballo y metido en una túnica de saco.
Fue saludando uno por uno los hogares, ayudando a los necesitados, preguntando por los niños, los jóvenes, los ancianos…y, al final, tomó su propia cabalgadura y la regaló a una familia especialmente pobre.
En la despedida un aldeano reparó en que –aquel misterioso personaje- era el monarca. Salió a la calle y golpeando por las puertas gritaba ¡Caramba con el rey! ¡Lo ha dado todo! ¡Caramba con el rey!
1.Hoy es la fiesta de Cristo Rey. Con ella damos culmen a este tiempo ordinario con el que nos hemos ido sumergiendo de lleno en la vida, muerte y resurrección de Jesús. ¿Lo hemos reconocido? ¿Hemos aceptado tantos dones de su gratuidad? ¿Hemos puesto nuestros corazones a su disposición?
Al igual que los soldados puede que, también nosotros, no entendamos el lenguaje que Jesús emplea desde la cruz.
Las palabras de perdón y de misericordia, de sacrificio y de redención, de sufrimiento y de negación…están un tanto vetadas en el mundo que nos toca vivir. El ser humano parece que está condenado a lanzarse en brazos del odio y del egoísmo personal, del sálvese quien pueda o del propio interés. El Reino de Dios, se nos descubre en distinta dirección. Nos salva con lo único que tiene y más ama el Padre: con Jesús.
2.Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios.
¿Ese es vuestro rey? Nos pueden preguntan algunos amigos nuestros. Sí; es ese Rey que, en el balcón de la televisión, muchas veces es caricaturizado; es ese Rey que, en la voz de muchos cristianos, a veces es imperceptible por nuestra falta de valentía a la hora de confesar su nombre; es ese Rey que, por lo que hacemos y decimos, a veces no reina absolutamente nada en nuestro vivir.
¡Sí! ¡Ese es nuestro Rey! Al que acudimos cuando la fachada del mundo se derrumba; cuando los otros soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos perdiendo la dignidad y hasta la capacidad de ser nosotros mismos. Sí; ese Rey que, nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y que –hoy- es exaltado en una cruz (también de madera), sin demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior) nos llama a la fidelidad. ¿Queremos ser suyos? ¿Seremos capaces de luchar por su reino? ¿No preferiremos formar parte de ese gran batallón de los que ya no luchan, no esperan, no creen…ni sueñan?